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Una marea de reclamos

La voz de los estudiantes y los profesores que marcharon
“Queremos que la educación siga siendo un derecho”, definió un estudiante. “Muchos somos primera generación de universitarios y queremos demostrar que los pobres sí llegamos”, sumó otro.
Imagen: Leandro Teysseire
Lejos de disipar a la marea de docentes, estudiantes y trabajadores no docentes, una lluvia intensa la fue condensando y convirtiendo en un enorme y potente río, lleno de paraguas y capuchas, marchando desde el Congreso hacia Plaza de Mayo, en defensa de la educación pública y contra el ajuste salarial y presupuestario que golpea a las universidades de todo el país. Desde las 16, las agrupaciones de universitarios, junto a organizaciones políticas, sociales y sindicales de sectores diversos, comenzaron a formar lo que desde el aire debía verse como una mancha hecha de puntos de colores, todavía dispersa. Una hora después, la mancha se transformaba en una caudalosa marea que rodearía el Congreso, dispuesta a avanzar hacia la Plaza de Mayo para exigirle al Gobierno “una educación pública que enseñe a pensar y no a obedecer”. 
“Estamos defendiendo la educación pública. Muchos somos primera generación de universitarios en nuestras familias y queremos demostrarle al Gobierno que los pobres sí llegamos”, dice Facundo González, presidente del centro de estudiantes de Salud Comunitaria, en la Universidad Nacional de Lanús (UNLA). Lamenta que las aulas estén cada vez más vacías porque muchos de sus compañeros dejaron de ir por los aumentos en el transporte y por la necesidad de salir a buscar trabajo. “Estamos viviendo momentos tensos, con el miedo de que no se nos apruebe el presupuesto y que en los próximos meses se pueda llegar a cerrar la universidad”, señala, al tiempo que remarca que la decisión de movilizarse nació en el seno de grandes asambleas interclaustros que incluyeron a toda la comunidad académica. 
“Nos están dejando sin nada. Un día van a venir a echarnos con la excusa de que no tenemos trabajo, cuando fueron ellos los que nos lo sacaron”, dice Claudio Sanmarino, trabajador de la Comisión Nacional de Energía Atómica. Sanmarino explica que la CNEA “ya no tiene presupuesto ni proyectos” y que el trabajo que lleva adelante está muy vinculado con la investigación y la educación universitarias. “Sin educación no hay desarrollo, y eso es lo que busca este Gobierno.” A la marcha llegó con varios compañeros, una de ellas, Jesuana Aizcorbe, del Instituto de Tecnología Nuclear Dan Beninson y de la Universidad Nacional de San Martín, viene siguiendo “con mucha preocupación” lo que pasa en las universidades públicas. “Esta movilización enorme expresa el conflicto no sólo de un sector, sino del conjunto del pueblo argentino”, dice.
Se ve y se escucha eso: que el reclamo universitario fue creciendo de a poco hasta convertirse en un enorme grito popular, que unifica distintas voces. “La lucha se volvió general y transversal. Por eso, el Gobierno le tiene miedo y trata de buscar conspiraciones que no existen, porque ve que la huelga universitaria puede confluir con otros sectores”, señala el dirigente de la FUBA Julián Asiner. “Frente al derrumbe que está viviendo nuestro país queremos hacer un ancla con la universidad pública”, sostiene. También desde la federación de estudiantes de la UBA, Adrián Lutvak afirma: “Hay un pueblo que no va a aceptar que el FMI venga a gobernar la Argentina y a ajustar sobre las mayorías. Esa es la demostración más fuerte que nos da esta marcha”.
Con la silueta del Congreso recortada, a lo lejos, en un cielo ya menos gris y más amarillo, Claudia Varela, estudiante de Biotecnología en la Universidad Nacional de Quilmes (UNQ) exige “una universidad que nos eduque y nos dé la oportunidad a todos”. De fondo se ve un cartel que exclama: “Hoy la clase es en la calle y sobre dignidad”. Varela mira alrededor en busca de otras compañeras y reflexiona: “Ejercer la profesión que elegí para poder devolverlo a la sociedad. Eso quiero.”
“La magnitud de la marcha da cuenta de que la educación superior pública es un valor al que la sociedad no está dispuesta a renunciar”, subraya Gabriela Mariño, secretaria general de la asociación docente de la Universidad Nacional de Avellaneda. Además, remarca la importancia de las universidades, como la Undav, que no sólo “tienen calidad educativa gratuita”, sino que también “son usinas de contención social”. En ese sentido, el presidente de la federación de estudiantes de esa universidad, Gianluca Garbarino, sostiene que “hoy toda la sociedad se moviliza acá”. “Estamos acá para que la educación superior siga siendo un derecho y para que el pueblo siga ocupando las universidades.” 
Informe: Sibila Gálvez Sánchez.

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