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Un fascismo renovado recorre Europa

El populismo de ultraderecha que renació en Francia se fue propagando al resto del Viejo Continente
Italia, Eslovenia, República Checa, la Gran Bretaña del Brexit, Holanda, Austria, Polonia o Francia son los principales países europeos donde se fue forjando el cinturón negro de la extrema derecha racista y autoritaria.
Janez Jansa, Marine Le Pen y Víktor Orban, tres adalides de la retórica xenófoba en Europa.
Janez Jansa, Marine Le Pen y Víktor Orban, tres adalides de la retórica xenófoba en Europa. 
 
El ex primer ministro esloveno Janez Jansa está a un paso de sumarse como una pieza más de la fortaleza populista y xenófoba que, con un éxito imparable, se fue construyendo en Europa desde que, a mediados de los años 80 del siglo XX, la extrema derecha del Frente Nacional francés empezó a acumular éxitos electorales. En aquellos años sus militantes se reunían con la cabeza rapada, exhibían sin tapujos las esvásticas y entonaban himnos públicos en homenaje al nazismo. Los de ahora andan con corbata, desalojaron las escenografías provocativas y centraron su ascenso al poder en torno al rechazo a Europa y un racismo fervoroso. Italia, Eslovenia, República Checa, la Gran Bretaña del Brexit, Holanda, Austria, Polonia o Francia son los principales países del Viejo Continente donde se fue forjando el cinturón negro de los fascismos renovados. La fase actual se inició en 2005 cuando Francia y Holanda rechazaron mediante un referéndum el tratado sobre la Constitución Europea. Desde entonces, alentado por las crisis financieras, el desempleo, la dilución del ideal europeo, el surgimiento del islamismo radical que Occidente facilitó o las reiteradas crisis migratorias, el cinturón de los populismos grises no hizo más que estirarse. 
Janez Jansa, el líder del Partido Demócrata Esloveno (SDS), se impuso el domingo pasado en las elecciones legislativas eslovenas con un 25,03% de los votos. Aunque no puede gobernar sin el respaldo de otras formaciones políticas, la estrecha victoria de Jansa se fraguó con una mezcla de las narrativas del presidente norteamericano Donald Trump y eslóganes anti Europa y anti inmigración inspirados del modelo de la ultraderecha francesa y, sobre todo, con el principal ingrediente de la retórica de su maestro, el ultranacionalista primer ministro húngaro Víktor Orban, el propulsor del “iliberalismo”. Esta doctrina mencionada en los años 90 por el ensayista norteamericano Fareed Zakarya en un artículo publicado en la revista Foreign Affairs es una suerte de versión decorosa del llamado autoritarismo postdemocrático que suprime derechos democráticos, pone a la justicia al servicio del poder político, recorta las libertades individuales, amordaza a la prensa y articula su ascenso al poder a partir de un racismo de Estado. Ni democracia auténtica ni dictadura real, mezcla de ultranacionalismo con estrangulamiento de los derechos democráticos, “en las fronteras de Europa como en el seno de Europa se plasma la tentación de las democracias iliberales”, dijo hace unos meses el presidente francés Emmanuel Macron. La realidad fue más veloz de lo que muchos analistas esperaban y llegó hasta incrustarse en el corazón de la Unión Europea con el ejemplo de Italia y el pacto de gobierno entre el Movimiento 5 Estrellas y los racistas de la Liga Norte (11 millones de personas votaron por el primero (32%) y seis millones (18%) por el segundo). En su primera intervención pública en Sicilia, el nuevo ministro de Interior italiano y líder de la Liga, Matteo Salvini, invitó a los inmigrantes a prepararse “a hacer sus valijas”. Nada muy distinto a lo que ocurrió en Gran Bretaña con el Brexit, en Polonia con el dirigente Jaroslaw Kaczynski, en Hungría, Austria, Holanda o Francia. Los ascendentes líderes de estos países constituyen la línea fronteriza que pretende defender a Europa de lo que todos llaman “la invasión”. 
Paradójicamente, ese grupo ha adoptado algunos perfiles retóricos que antes pertenecían exclusivamente a la izquierda. El principal consiste en presentarse como un “cinturón antisistema”. El ejemplo más importante y al que más le temen los socios europeos debido a su poderosa carga euroescéptica es el de Italia. La alianza entre el Movimiento 5 Estrellas y la Liga Norte es la primera coalición ultraderechista “antisistema” que llega al poder en uno de los países fundadores de la Unión Europea. Ambos partidos se han caracterizado por sus pactos con otras fuerzas similares en el escenario político de Europa. Los 14 eurodiputados con que cuenta el Movimiento 5 Estrellas en el Parlamento Europeo se asociaron con la formación de ultraderecha Europa de la Libertad y de la Democracia directa cuyo líder no es otro que el británico Nigel Farage, el patrón del Brexit en Gran Bretaña. Y en lo que atañe a la Liga Norte, los 5 eurodiputados de este partido formaron una alianza con el Frente Nacional de Marine Le Pen. El populismo de ultraderecha que renació en Francia se fue propagando al resto de Europa, principalmente hacia la Europa del Este donde empezó a prosperar luego de la caída del Muro de Berlín (1989). Luego avanzó por Europa del Norte hasta conquistar el corazón de Europa del Sur. Un trabajo llevado a cabo por el Centro de Investigaciones Internacionales de la Universidad de Ciencias Políticas de París identificó muchos puntos comunes a ese iliberalismo xenófobo: pueblo virtuoso contra elites corrompidas y globalizadas; sociedad abierta contra sociedad cerrada. En 2017, el húngaro Víktor Orban decía: “una nueva era está golpeando la puerta. Una nueva era del pensamiento político. La gente quiere sociedades democráticas y no sociedades abiertas”. Quiere dirigentes con perfil fuerte; con una inclinación pronunciada por la democracia directa mediante la celebración de todo tipo de referéndums; un poder sólido dentro de un Estado soberano, o sea, independiente de la Unión Europea; y la defensa de la identidad cultural ante la “invasión tóxica” de los extranjeros. 
Paradójicamente, tanto en el seno del Movimiento 5 Estrellas como en la Liga Norte las líneas narrativas excluyentes de hace unos meses fueron limadas: ya no se habla como antes de un Italexit, ni del abandono del Euro, ni menos aún de salir de la Alianza Atlántica, la OTAN. Ello no impide que lo que hoy se denomina “la internacional populista” sea una realidad cada vez más tangible. El mismo el uso término de “populismo” difiere por otra parte al que hacen en América Latina los narradores mediáticos de la casta. En América Latina, las derechas liberales llaman populistas a todo lo que vas desde la socialdemocracia hacia la izquierda. En Europa no: ese término está globalmente identificado con las extremas derechas. 
El politólogo francés Alain Duhamel escribió en las página del diario Libération que “Europa enfrenta la crisis más gravé de su historia. Europa se ha convertido en el campo cerrado de una batalla entre reformistas y populistas, entre partidarios y adversarios de la Unión”. Los países del Este de Europa se liberaron del comunismo para luego caer en los brazos de su enemigo histórico, los del Norte de Europa se dejaron seducir por las mismas sirenas y los del Sur niegan ahora toda la historia que los constituyó como pilares de la construcción europea. Xenofobia y  autoritarismo, los demagogos son las estrellas triunfantes en la “cuna de la cultura”. Como lo señala el mismo Alain Duhamel en Libération, la historia ha dado un vuelco extraordinario: “desde los años 60 al 2000, los europeos reformistas ganaron el primer tiempo. Desde los años 2000 hasta ahora, los populistas eurófobos acumulan las victorias”. El hundimiento de la izquierda primero, de la socialdemocracia después y los derroteros de los partidos de derecha reconfiguraron a Europa. La avalancha no ha terminado. El cinturón del populismo racista y autoritario seguirá asfixiando a las democracias liberales. 

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